EL ANTICRISTO DE LARS VON TRIER
He visto por fin la tan comentada nueva película de uno de mis directores favoritos y la verdad es que el resultado me ha dejado con más dudas que certezas sobre lo visto y sobre todo lo percibido. No cabe duda que Anticristo es una película de Lars Von Trier en todos los sentidos (quizás no la mejor pero definitivamente si que tiene su sello personal), y por lo tanto es un film completamente visceral, por lo que es precisamente en este aspecto donde los exorcismos personales que el director expone cobran un fuerza impresionante. Sin embargo, es cuando uno trata de reflexionar de la manera más ortodoxa sobre el asunto que surge la duda: ¿los elementos de la película poseen una complejidad que se puede y debe analizar en distintos niveles, o esconden en realidad un vacío que se sustenta en lo desmesurado y en lo visualmente más explícito del film: sexo, sangre y dolor?. A la final, estas preguntas solo elevan a este film a un nivel en el que no puede pasar desapercibido, y a su director al ya consabido limite entre genio y enfermo mental.
Para complementar este post dedicado a una película como esta, que sin duda da mucha de que hablar, voy a citar parte de la crítica hecha por Julio Rodríguez en LABUTACA.NET y la cual me pareció muy pertinente:
Continuos primeros planos para buscar el dramatismo de los rostros y un montaje sincopado brusco que transmite violencia, una cámara nerviosa que se desplaza con los personajes y que genera cierta ansiedad e inquietud, una cuidada y bella fotografía que crea atmósferas agobiantes, y escenas surrealistas tan estilizadas como pretenciosas. En su manierismo y narcisismo, Lars von Trier llega incluso a asumir el papel del terapeuta soberbio y desencantado para someter al espectador a un primer capítulo pesado en su discurso donde parece que vuelca su experiencia, para después hacerle bajar a los infiernos y someterle a una escalada de reproches, violencia, sexo y masoquismo insoportable. Con ello parece decir que así es la naturaleza humana dañada por la locura, capaz de todo hasta límites insospechados y contra quien uno más quiere, pero en este caso lo suyo es el exceso y lo desmedido, lo brutal y lo que fácilmente genera repulsa o morbo… un camino poco sutil y muy tremendista que a muchos echará de la sala. Sin duda, estamos ante un ejercicio más de egocentrismo, con un toque de solemnidad que quiere evocar a Andrei Tarkovski (no sólo en la dedicatoria, sino en la misma idea de sacrificio y de la culpa, o en las metáforas del incendio o de la lluvia… de bellotas en este caso, o en la abundante simbología religiosa), pero al que le falta la mesura y precisión, la desnudez narrativa (no de la otra, que abunda), la profundidad conceptual del director ruso.
Sin duda, las interpretaciones de Willem Dafoe y Charlotte Gainsbourg ─Mejor Actriz en Cannes─ son excelentes al reflejar todo el infierno del dolor y de la enfermedad, y sus rostros dejan que la cámara se adentre en el infierno que viven en su interior, para acabar descubriendo que el verdadero “enemigo” ─el Anticristo que está en el vértice de la pirámide─ es uno mismo y que en eso consiste la enfermedad. Mucha dureza, mucha crudeza y mucho sadismo ─también misoginia─ para una cinta que no se puede recomendar indiscriminadamente porque está hecha desde el sufrimiento y lleva al sufrimiento y a la incomodidad. El espectador recorrerá cada episodio viendo cómo se va encogiendo en la butaca entre la tristeza y la ansiedad, entre el dolor y la desesperanza ─son los cuatro capítulos de su estructura─, en medio de mucha violencia emocional, física y visual hasta que lleguen los “tres mendigos”… y concluya con un enfático epílogo de luz y redención.